Emily DickinsonEspacio Hudson EditorialColección Traducciones¿A qué se debe el equívoco protagonismo de una poeta que llegó a afirmar "Qé aburrido-ser-alguien!"?Quizá al recelo disfrazado de admiración que provocan los cultivadores del anonimato en una época de nombres y apellidos artísticos, de celosa propiedad intelectual, de marquesinas y encabezados a ocho columnas, de trending topics y hashtags.La literatura moderna y contemporánea ha sido particularmente pródiga en dichos cultivadores. Sin embargo, Dickinson entraña una especial complejidad: no dejó de escribir, como Arthur Rimbaud o Juan Rulfo, ni cosechó la fama inmediata (e indeseable para él) de J. D. Salinger. Lo que Dickinson prefirió no hacer -parafraseando a Bartleby, el escribiente de Melville patrono de la renuncia creativa- fue publicar.De ahí que en su obra no se observen fracturas, sino una impecable coherencia interior. Del primer al último poema, Dickinson jamás pensó en títulos, secciones o conjuntos, sino en las células numeradas de un organismo vivo. A su muerte dejó cuarenta volúmenes manuscritos como un diario sin fechas redactado en verso.
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