La propuesta de Padgett es, hasta cierto punto, una renovación de la consigna horaciana del “ut pictura poesis”. Solo que la referencia ya no está en la naturaleza o en la verosímilrepresentación de las emociones. Imitación de una imitación: las palabras en forma de megáfono inspiran un poema en que el amor cabe en el efímero estallido de un fósforo. El poeta conductor de colectivo de la película de Jarmusch es un hombre razonablemente feliz y hasta indolente: lo contrario de la figura típica del artista atormentado, siempre a un paso de la autoflagelación, de la locura, del suicidio. La poesía de Padgett no niega que la angustia y la inadecuación del poeta en el mundo sean la fuente de grandes obras; pero proponen que la vida más o menos integrada de un señor de clase media pueda también destilar algunos buenos poemas. Incluso algunos grandes poemas. Wallace Stevens, recordémoslo, quizás nunca se subió a un colectivo ni mucho menos para manejarlo; ahora bien, fue ejecutivo de una compañía de seguros y jamás –según los testimonios con los que contamos– abandonó una sola de sus responsabilidades para asistir a un festival de poesía o firmar ejemplares en una feria del libro. Fue un gran aficionado a la literatura francesa pero nunca visitó Francia; a decir verdad, no viajó a Europa en toda su vida. Se dice que una vez, en 1936, se pasó un poco con los cócteles en una fiesta e intentó golpear a Ernest Hemingway, a quien sin embargo admiraba; lo único que consiguió fue caer al suelo por el impulso de su propia torpeza. Por lo visto –como escribe Andreu Jaume– fue “su única salida de tono conocida”. Qué patetismo tan escaso en la vida de uno de los poetas mayores del siglo XX.Prólogo por Edgardo Dobry
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